Según
Wikipedia, la palabra cacique significa “el individuo que representa la
autoridad en una comunidad indígena.” Con el tiempo, el término ha tomado un
sentido más despótico que gerencial. Por eso, ser un cacique en estos tiempos
no es positivo. Es ser un opresor, aprovechándose de la debilidad del oprimido.
Actualmente se ha popularizado la palabra “bully” para expresar lo mismo,
incluso en el idioma español.
Con pena (vergüenza) y honestidad
debo decir que fui una cacique en algún momento de mi adolescencia. Me antojé
de un ser hermoso y auténtico llamado Alberto. Un muchacho sensible, demasiado sensible
para mi gusto. Por eso se convirtió en mi víctima. No sé qué detonó esa vil
parte en mí; lo cierto es que lo recuerdo con nitidez, como casi todos mis
recuerdos.
Yo tenía 14 años y él seguro tenía 15
o 16. Era más alto y más fuerte que yo, pero nunca quiso rebelarse. Mis
maldades eran, por ejemplo, decirle: “Alberto, te pago dos bolívares si te
tomas este frasquito de compota. El frasquito tenía agua estancada que habríamos
recogido de cualquier lago de mala muerte para ver los microbios en el
microscopio de nuestra clase de Biología. Por supuesto, la petición se la hacía
después de clase… y Alberto sin chistar se lo tomaba. La situación no era que él
necesitaba el dinero; más bien era que había decidido ser sumiso ante mí, no sé
porqué razón. Nunca me pegó, ni siquiera me gritó. Quizás en su casa le habían
enseñado que “a una mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa.” Yo me
merecía unos puños bien dados, la verdad, pero esa no era la lección que él
tenía para mí.
Yo lo veía débil, un blanco fácil y
por eso seguía “tirándole dardos.” Me sentía de alguna forma… poderosa. Qué
equivocada estaba! No somos poderosos cuando vencemos a los débiles, en lo más
mínimo. Poderosos somos cuando los defendemos, cuando nos enfrentamos y
vencemos a quien hace una injusticia. Mi adolescencia estaba rigiendo mi
cerebro y yo, literalmente adolescía de un sano juicio. Recuerdo que un día en
clase de dibujo técnico me encontraba yo sacándole punta a mi lápiz con un
sacapunta de esos regulares metálicos, sin depósito para la viruta. En voz alta
pregunté como para mí misma “Dónde está la basura?” me paré de mi mesa y cuando
encontré a Alberto me respondí “Aquí está” y tiré la viruta sobre él. Él, prácticamente
ni se inmutaba. Imagino que respiraba profundo y se contenía las ganas de
entrarme a puños. Ciertamente no lo sé.
Yo pensaba que iba a fastidiarle la
vida hasta que él mismo me dijera “basta.” Yo quería que él se rebelara, pero
no. En una clase de Guiatura él habló y lloró por mi actitud. Mi corazón, ese
que hoy es tan bueno gracias a Dios, ni pizca que se ablandaba. Sorpresivamente
para mí, llegó el día en que me cansé de caciquearlo. Fue el día en que lo
encontré llorando por la muerte de uno de sus mejores amigos. Ahí sí es verdad
que me destrozó el alma y le pedí perdón por haberle hecho tanto daño. Él
aceptó mis disculpas rapidito porque tiene un alma noble y bella en la que no
caben rencores.
Poco después lo vi actuar imagino
que en una de sus primeras obras de teatro. Actuaba de radio de aquellos tiempos, esos
que hacían un ruido particular cuando uno cambiaba de estación a estación.
Tremenda actuación! Era en serio un radio personificado que empezaba a dar
noticias o a cantar una canción sin dejar de lado el sonido “uuiiiiuuuu” entre
cada estación. Todos nos quedamos locos y fascinados con su papel. Lógicamente,
se volvió actor profesional y ha hecho papeles bien interesantes. La mayoría de
sus actuaciones teatrales me las he perdido pero igual sé que es muy bueno. Que
tiene talento en serio.
Los años han pasado y volvimos a
vernos algunas veces. Hoy mantenemos contacto vía FB. El otro día hace ya meses
cuando chateamos y nos estábamos despidiendo me escribió: “Te quiero burda.” Yo
le creo; él es puro amor y paz, de esas almas que nada las oscurece o enturbia.
Yo también lo quiero, lo quiero además con agradecimiento por ser tan generoso.
Después de todos estos años, Alberto es una inspiración para mí. Una persona
capaz de dar y dar sin límites. Alguien a quien le hice daño y me pagó con perdón
y amistad. Qué suerte he tenido en la vida!