September 27, 2009

Promesa no cumplida


Había un Tropi Burguer en la esquina de mi casa, por lo que era paso obligado para mí casi todos los días. Uno de esos días, me encontré a un niño de unos 8 años pidiendo dinero a sus puertas. Me negué a hacerlo proponiéndole otra oferta: comprarle una hamburguesa. El me dijo que no quería porque acababa de desayunar así que le prometí venir a la 1:00 p.m. cuando él tuviera hambre para comprársela de almuerzo. Él creyó en mí. Su corta y dura vida lo había entrenado a saber cuándo alguien decía la verdad.

Me fui a mi casa a hacer cuarenta mil cosas y a las 6:00 p.m., nada más y nada menos, me dió un vuelco el corazón cuando me acuerdo del niño que debió haberme esperado a la 1:00 p.m. Cómo ni siquiera me acordé de él cuando yo estaba comiendo? Aún cuando habían pasado 5 horas, salí corriendo a ver si lo encontraba. Por supuesto, no había rastro de él. Cómo es posible que se me olvidara? Qué pensó él mientras me esperaba? Alguna vez volvió a creer en alguien como yo? Consiguió otra persona que le brindara el almuerzo? Lo busqué afuera, lo busqué adentro. Lo busqué otros días a ver si frecuentaba el lugar. Nunca más lo vi. Su carita quedó por mucho tiempo en mi memoria y mi olvido pesándome en el alma. Hoy, unos 20 años después su carita se ha desdibujado en mí, y mi olvido aunque pesa menos, sigue allí, presente.

September 26, 2009

Primera y última


Hace unos meses asistí a una conferencia que daba Junot Díaz en el auditorium de la biblioteca de mi Universidad. Mi profesora de English Composition I, nos sugirió que fuéramos ya que nos había asignado leer un libro del mencionado escritor: “Drown.” Fui porque me encantan ese tipo de actividades y porque celebro que las personas triunfen no sólo en sus países sino también fuera, como es el caso.

Llego llena de expectativas al lugar, y logro encontrar una silla vacía en la última fila. Después de un tiempo prudencial, el autor termina su intervención para darle cabida a la firma de autógrafos. 

La profesora, contenta de que yo haya ido, me pregunta si traje mi libro para que el autor me lo autografíe. Le digo que no - cosa que es cierta - y ahora con ese propósito se me ocurre la nefasta idea (no porque sea malo, aún no lo he leído) de comprar su otro libro, el premiado, en las afueras del auditorio. Soy una de las últimas en la cola de autógrafos y como es la primera vez que pido uno, no sé exactamente qué es lo que voy a decir. Comienzo a preguntarme: le hablo en inglés? O en español? Le hablo sobre algo que me haya gustado en el libro? Sí, eso debo hacer. A medida que avanza la cola me doy cuenta que me siento ridícula pidiendo un autógrafo; mi arrepentimiento llegó demasiado tarde. Despide a la persona que me antecede y decido por comodidad hablarle en español:

- “Hola. Leí tu otro libro, Drown, pero como no lo traje compré este para ver qué tal es y aprovechar de pedirte el autógrafo” (sintiéndome la más imbécil de las imbéciles).
- “Ok. Para quien es el libro?” me pregunta.
- “Para mí.” Es cuando caigo que está preguntando mi nombre para escribirlo. Entonces acierto esta vez diciendo cómo me llamo.
Sin tener nada más interesante qué decirme, me comenta:
- “Me gusta tu collar,” y para mí ahí se acaba la magia del resto de la conversación.

En el mismo momento en que le pido el autógrafo mi mente y mi cuerpo están en una lucha contradictoria que al final para mi desgracia, gana mi cuerpo porque realmente dentro de mí no quiero hacerlo. No le hablo del libro ni de lo que me gustó. Fue una mala forma de aprender que no quiero volverlo a hacer. Ni con él ni con nadie. Más tarde, mientras manejo hacia mi casa reflexiono sobre porqué pedimos autógrafos. A quién se le ocurrió esa costumbre sin sentido? Qué puede escribir para mí en una dedicatoria alguien que ni siquiera me conoce? Quizás en principio deberíamos los lectores escribirle a los escritores, y sólo si provocamos en ellos alguna respuesta, entonces sí vale la pena que nos escriban ellos de vuelta. Primera y última.

August 22, 2009

Culpa Latente


Sonia era una niña de 6 años físicamente distinta al resto de nosotros, porque aún cuando en el colegio había una gran mescolanza étnica, lo que realmente la diferenciaba del resto era su piel, blanca, muy blanca, con cierta coloración rojiza. Parecía hasta cierto punto albina. Su piel no era la piel tersa de niño que todos - por suerte - teníamos; tenía una condición de sequedad extrema, tan seca que estaba cubierta con una fina capa que se pelaba constantemente, no grata al tacto. Imagino que esta condición en su piel es lo que la hacía también comportarse diferente, porque el rechazo de los demás la había convertido en una niña retraída, de poco hablar y poco reír. Ese día, Sonia jugaba con nosotros durante el recreo, pero era torpe con la pelota y comenzó a agotar la paciencia del grupo… Se cayó y Alejandro aprovechó para recriminarle lo mal que lo hacía. Todos nos acercamos para unirnos a Alejandro, y apoyados los unos por los otros, descargamos en Sonia nuestras palabras feas y hasta uno que otro golpe o coscorrón. Ella lloraba en el piso, incapaz de revelarse a tanta injusticia. La dejamos allí, sola, humillada y golpeada.

Porqué yo formé parte de eso? Porqué me uní a los que hacían daño en vez de protegerla y hasta salvarla de ellos? Porqué fui tan débil? Y Sonia, qué quedó en su mente después de ser maltratada de esa forma? En qué se convirtió ya adulta, cansada de ser maltratada por los demás? En alguien encerrado cada día más en su coraza? Esa que tuvo que crear para subsistir…

La injusticia hacia Sonia se ha repetido en mi memoria infinitas veces. Es algo de lo que siempre he estado arrepentida. He recreado la situación en mi mente y al momento en que nos acercamos a ella yo la tomo de la mano para que pueda levantarse y les hago saber a todos que ella tiene derecho a equivocarse, que nadie puede decirle cosas feas y mucho menos pegarle. Entonces la alivio de esa maldad infantil y cruel. Ella me mira con infinito agradecimiento… pero sé que no es cierto, que no fui capaz. No la protegí, y aunque ya no puedo hacer nada para remediarlo puedo al menos proteger a otros. Nunca es tarde para rectificar mi conducta débil y cómoda. Es ahí cuando podemos encontrar nuestras fallas para mejorarlas. El hecho de haber obrado mal no significa que no pueda obrar bien. Y eso es tan cierto como que hoy estoy escribiendo esta reflexión más que para mí misma, para ti, el que lee.

Hace poco, leí un artículo interesantísimo que me hizo llegar mi amiga Isabel llamado “El Efecto Lucifer” de Phillip Zimbardo, el cual plantea el heroísmo en personas normales que se involucran en acciones extraordinarias para con los demás. El autor se basa en que la misma situación que puede detonar la hostilidad puede inspirar el heroísmo por primera vez en cualquiera de nosotros. Más importante aún, “cómo promocionar en nuestros niños esa imaginación heróica, conseguir que acepten el papel de héroe a la espera para una situación que llegará en algún momento de sus vidas…” Porque aún cuando hacer de héroes hasta cierto punto nos pone en situación de peligro, siempre vale la pena. Vale la pena rebelarnos ante la injusticia, vale la pena defender lo que creemos, vale la pena expresarnos… y no quedarnos indiferentes ante lo que sabemos es incorrecto. Bien cierto ese pensamiento de Martí que dice” ver con calma un crimen es cometerlo.”

Creo que tiene muchísimo sentido el planteamiento de crear esa inquietud de héroes en los niños. Quizás de esta forma podemos devolverles la sonrisa a niñas como Sonia y por otra parte, si nuestros niños obran bien por los demás se afianzará en ellos la importancia de hacer el bien, para que lo repitan cada vez que esté a su alcance. Hagámosnos multiplicadores de esta información. Sembremos la inquietud en nuestros hijos.

May 11, 2009

Una oferta difícil de rechazar


Conocí a mi abuelo Pedro cuando sus ojos azules ya estaban velados. No podía ver sus pupilas ni la transparencia de su iris y aún así yo podía ver su alma; me encantaba hablar con él; era sólido y de mente lúcida, tan lúcida como la mía a los 12. Quién fue antes de eso? Nació el siglo antepasado, el 19 de abril de 1889. Qué hizo de niño? de joven? de adulto? Ya no recuerdo muchas de las conversaciones que tuve con él. Recuerdo su voz, su imagen infinitamente clara en mi memoria, sus abrazos fuertes… Cuando veo cosas de peltre inmediatamente pienso en él, con su taza de café. Me enseñó a comer pan dulce mojado en café con leche y esa enseñanza sigue vigente en mí. Después de eso, comerlo aparte del café me resulta como comer torta sin azúcar. Aunque se vea feo, no hay cosa más rica que un pan dulce empapado para meterlo en nuestra boca. Él a sus 90 era todavía fuerte. Quizás fue un hombre de campo y trabajaba la tierra… algún ejercicio debió hacer de joven para conservarse tan robusto de viejo. Lo veo escuchando sus radionovelas o escuchándome leerle acerca de los caballos para jugar el 5 y 6. Tenía una maña de viejo que me causaba gracia; pasaba sus manos sobre sus brazos (como quien alisa un mantel queriendo sacar cualquier burusa) para quitar el polvo que creía tenía encima, como si viviéramos en un tierrero y cualquier movimiento levantara una y otra vez el polvo de la tierra seca y pulverizada.

La ceguera había sido producida por cataratas, pérdida de la visión como consecuencia de la opacidad del cristalino; eran los tiempos en que apenas estaban comenzando a practicarse las operaciones para eliminar la enfermedad extrayendo el cristalino opacificado y reemplazándolo por un lente intraocular transparente de material plástico especial; así, la imagen lechoza pasa a ser una totalmente nítida y contrastada.

El Dr. Romero, nieto de un gran amigo suyo era oftalmólogo. Era un joven curioso por los avances de la ciencia, de espíritu vencedor y por lo tanto, lleno de energía mental y física. Se atrevió a solicitarle a mi abuelo si quería participar en la locura – para muchos – de someterse a una operación y de ser el primer paciente. Sabía que podía hacerlo y para ello había practicado una y otra vez primero en su mente y luego con toda clase de ojos (de animales y cadáveres humanos) para estar listo en el momento verdadero, cuando tuviera que hacerlo con un paciente.

Don Pedro prefirió pedirle un tiempo para pensarlo. Sabido era por todos que Don Pedro era muy mayor para esa clase de inventos, aún cuando gozaba de una salud inquebrantable, pero la oferta de volver a ver se llevaba por delante cualquier reserva, cualquier factor de riesgo. La posibilidad de ver otra vez lo ilusionó como niño esperando el regalo del Niño Jesús. Se quedó dormido tarde a las 12:00 de la media noche, cuando normalmente 3 horas antes ya se había entregado al sueño. Tuvo un sueño colorido en extremo, de total fantasía, en el que los sentidos se confundían y enriquecían las imágenes. Podía oler los colores y ver los olores. Se despertó puntual como un reloj de buena marca, a las 4:00 de la madrugada. Tenía 75 años parándose a la misma hora. Cómo decirle al cuerpo que cambie sus costumbres después de toda una vida?

En la realidad, habían pasado 18 años desde aquel día en que se había despertado y comprendido de una vez por todas que aunque se pusiera los lentes culo de botella, nada iba a mejorar esa oscuridad, ese túnel sin salida que lo hizo descubrir que aún a los 72 años podía afinar sus sentidos. Cuánto se aguzaron sus oídos! Podía escuchar cuando las paticas de Federico, el canario, se posaban después del vuelo en el palito de madera… Sus dedos con uñas acanaladas reconocían una y mil texturas, formas…

La oferta del Dr. Romero daba vueltas y vueltas en su cabeza y se sorprendió a sí mismo cuando se oyó decirle al teléfono: – "Estoy dispuesto, para cuándo es la operación?" En menos de una semana todo estaba listo. En la familia, unos de acuerdo y otros no, pero todos nerviosos por lo que podría pasar. Además, Don Pedro estaba en plenas facultades mentales como para saber lo qué hacer con su vida, así que respetaron su decisión y lo dejaron en manos de Dios. La operación fue breve y sin complicaciones; aunque podía ser ambulatoria, el médico prefirió internar al paciente por una noche debido a su edad avanzada. Como ocurre en estos casos, le vendaron los ojos.

A la mañana siguiente llegó el doctor a las 7:30 a.m. tan nervioso interiormente como el paciente, pero este hombre joven tenía todas las facultades para desempeñarse en su rol de médico; entre ellas, temple para disimular los nervios; si más bien lo que transmitía era una gran seguridad sin llegar a ser ofensiva; más bien una paz interna que proyectaba a su andar. Se dispuso a quitarle la venda con pericia y suavidad y descubrió unos ojos azules ahora cristalinos. Don Pedro no lo podía creer. Lágrimas y lágrimas salían de sus ojos por tanta felicidad. La familia entera llorando, todos se abrazaban como celebrando la llegada de un nuevo bebé.

Fueron días de casi no dormir, de ver las caras de los hijos, nietos y bisnietos y reconocerlos en sus voces; de disfrutar el amanecer, el atardecer, las luces y las sombras, de ver el verde verde de los árboles, el azul infinito del cielo, las flores… De ver la comida apetitosa antes de llevarla a su boca, las carreras de caballos… y maravillarse con la televisión a color. Fueron sólo 18 días de absoluta felicidad, como si cada día contara por cada año no visto. Nadie sabe cómo el día 19 amaneció Don Pedro sin vida con los ojos abiertos, queriendo registrar los últimos momentos del amanecer en silencio, en absoluta comunión con su entorno, y agradecido con Dios por haberle regalado - antes de irse - esos bellísimos 18 días de su vida. Dieciocho días de colores y luz que lo llevaron a la paz eterna.

April 18, 2009

Culpable o no



Nos encontramos mi pareja y yo en un retiro matrimonial, tratando de componer de alguna forma nuestra relación. El lugar es hermoso, generoso en naturaleza y espíritu. Muchas cosas me gustan del retiro aunque hay temas importantes que no se tratan y uno de esos es el de la infidelidad, punto álgido en cuanto al perdón, pero bueno! Nada es perfecto y a pesar de todo, creo que los organizadores han puesto mucho de su parte para llegarnos al alma. Son tres matrimonios y un cura los moderadores; este último de extraña conducta, la cual relato a continuación.

Llega el momento de la confesión (individual por supuesto) con el padre. Yo nunca me confieso con un padre porque hasta cierta medida tengo una religión católica muy propia y uno de mis desacuerdos con ella es el porqué no puedo confesarme directamente con Dios? Ése día, para no ser la piedra de tranca en la fluida organización del retiro, accedo con mi mejor intención a confesarme con el padrecito, a quien le llevo quizás cinco años. Su humilde apariencia y actitud de principiante me hacen verlo más niño aún.

Inicio honestamente – típico en mí - la confesión, con algo como:

- Padre, yo tengo años que no me confieso. De hecho, creo que esta es mi tercera vez y no creo haber cometido algún pecado. Usted dirá.
- Bueno, vamos a hacerlo entonces de esta forma: yo te pregunto y tú me contestas. Así no nos perderemos ningún detalle, te parece?
- Ok, pregúnteme pues.

Cada pregunta es más estúpida que la otra. Para rematar, cuando tienen que ver con sexo, él tiene una elaborada y confusa forma de hacerlas, teniendo que repreguntarle yo para que me dé pista de lo que me quiere preguntar. Nada como esta pregunta:

- Cuando ves imágenes de parejas en la televisión, te agrada?
Y me quedo yo como si me hubieran preguntado: la limonada te gusta con azúcar o con sal?
- A qué se refiere, padre?
- Bueno, si ves a gente que está un poco descubierta, en ropa interior, quiero decir, o besándose... Eso te agrada?

(Coño, qué sera lo que me quiere decir?) – Bueno, si los veo en ropa interior no siento nada. Creo que para mí el desnudo es bien normal. Si los veo besándose y se besan bien, sí, me agrada, pero eso no sólo me agrada en la tele. Me agrada cuando veo a una pareja besándose profundamente en la calle. Me agrada cuando siento que la gente se quiere.

Un poco insegura, le repregunto: - Respondí lo que me quiere preguntar?

El padre respira profundo, como quien contiene un deseo.
- Si, si, si. Bueno, y qué haces cuando ves esas cosas?
- Nada, las veo.
- Te provoca hacer algo?
- Qué? Padre, acuérdese que yo estoy casada. (El verano lo tiene usted).
- Sí, claro, pero… como tienes tiempo que no te confiesas. Alguna vez has hecho algo mientras ves esas cosas en la televisión?

(Será que tengo cara de niña de 8 años? Coño! Tan joven no me veo)
- Quiere decir, si me he masturbado alguna vez viendo películas o algo así?

(Ya el padre lo tenía duro)
- Sí, a eso me refiero.
- Claro padre! Me he masturbado viendo películas y no viendo también, pero esa es la cosa más natural del mundo. Eso no es un pecado. (No me diga que usted no se masturba. Qué lástima!)

Cuando ve mi cara de “pobrecito usted” me manda no se cuántas Ave María y otros Padre Nuestro y me saca – prácticamente como corcho ‘e limonada (con azúcar, por supuesto) – de aquel lugar. Al principio no entendí. En mi mente no podía creer que alguien no se masturbara, menos aún un padre, quien tiene prohibido hacer el amor con nadie.

Se lo comento compungida a mi pareja, que el padre no se masturba, pobrecito!

- Claro que se masturba! De dónde sacaste eso?
- Bueno, no sé. Yo creo que no. Ojalá que si. Y si se masturba, qué siente después? Se siente culpable?
- Pero cómo llegaron a esa conversación?
- Bueno, él empezó. Yo quise decirle lo rico que es masturbarse, pero ni de vaina. Si lo hubiera hecho, él hubiera creído que yo era el diablo personificado.
- Yo creo. Nada más a tí te pasan esas cosas. A mí no me dijo nada de eso.

Al día siguiente, el retiro termina con una misa hermosa en la que todos nos sentimos reconfortados y de alguna manera fortalecidos. Como es de esperarse, llenos de ese compartir comenzamos a despedirnos todos con abrazos sinceros, unidos por la experiencia, pero cuando voy a abrazar al padre, me agarra de la muñeca y me dice. -“Quiero que tu esposo esté presente.” (Dios mío, y ahora qué hice?) Nos ponemos a buscar a mi esposo en la multitud y mientras lo conseguimos, el padre abraza a otras mujeres sin problema, pero – para mi tranquilidad - le dice lo mismo que a mí a otra, y luego a otra. Total que somos tres las que tenemos que ser abrazadas con nuestros esposos como testigos de por medio. Nadie discute. La mayoría está llena de amor y aunque nos salpica, allí hay un corto circuito por la conducta del padre.

La cuestión se quedó de ese tamaño. Sin mayor explicación quedamos en encontrarnos pronto otra vez y entre nosotras, las tres mujeres, hubo una especie de extraña complicidad nunca aclarada.

En cuanto al padre, terminé creyendo que se masturbó pensando en nosotras y en nuestros supuestos pecados. Quizás lo hizo inmediatamente después de despacharnos, apurado, a escondidas y sintiéndose culpable. Quizás le provocamos tres orgasmos inolvidables. Jajajajaj. Me impresiona lo retorcidas que pueden volverse las mentes con prohibiciones; la religión los obliga a mentir, y mintiendo pecan, osea que los padres pueden ser los primeros pecadores. Por eso no creo en el fanatismo; en creer ciegamente sin cuestionar. La religión está hecha por los hombres, no por los dioses. Así que desde hace mucho decidí que la que escribe, la supuesta pecadora, es libre de prejuicios que no tienen ni pies ni cabeza. Yo, aún con los pecados que he cometido y los cuestionamientos que tengo acerca de mi religión, me siento libre, sana y muchas veces inocente, como puede verse.

April 3, 2009

Un Angel en Parque Central


Acostumbraba a viajar en avión con frecuencia cuando éramos ricos pero no lo sabíamos. Esa época en que todavía la clase media podía disfrutar de viajar en avión cuantas veces lo necesitara (o al menos casi todas). Para estudiar en la Universidad me había mudado a la capital; sin embargo, mi familia y amigos de siempre me atraían inequívocamente a mi pueblo querido.

El vuelo de regreso de aquel día, como cosa común, se retrasó unas horas. Al llegar a mi destino descubrí una noche negrísima, libre de luna. Agarré una buseta del aeropuerto que me dejaría en Parque Central a eso de las 9:30 p.m. En esa última parada siempre habían taxis esperando pasajeros, pero esa noche quizás la negrura que nos cubría había hecho que todo peatón inteligente abordara un taxi lo más pronto posible. Armada de valor y acostumbrada a esas lides, me encomendé a Dios al momento de hacerle señas a un taxi que iba pasando para que me recogiera. Inmediatamente, llama mi atención un carro estacionado a pocos metros de mí, oscuro como la noche, lujoso, de modelo tradicional pero del año, que por mi ignorancia automovilística no logro determinar la marca. Dentro de él me hacían señas para que me acercara y como obedeciendo a una hipnosis me acerqué al mismo. El carro tenía acientos de cuero y era mucho más espacioso por dentro de lo que se veía por fuera. En él se encontraban cómodamente cuatro personas: un chofer y sus ocupantes. La única mujer, de unos 60 años, me habla con angustia reprimida, diluida en una calma y bondad que adiviné en el tono de su voz. “Hija, qué estás haciendo a estas horas de la noche sola?” Le expliqué, “vengo del aeropuerto.” “Móntate con nosotros, que te llevamos a tu casa.” “Gracias, pero ya paré un taxi.” “No mi amor, te puede pasar algo. Móntate, que apenas te ví sentí que debía recogerte.” Sin otra explicación, acepté y le hice señas al taxista que me esperaba para que se fuera. Los demás hablaban poco, pero el ambiente era grato. Era ella quien llevaba la batuta, la dueña y señora.

Las calles estaban casi desiertas. Al parecer, la noche asustaba a muchos y habían optado por retirarse a sus casas. En el viaje hablamos más de mi vida que otra cosa. Ella tenía una hija como de mi edad que vivía en el exterior. Me sentía con una tía, actualizándola de mi vida, y así, más rápido de lo que esperaba me dejaron en mi casa. Le agradecí el gesto. Ella me estampó un beso en el cachete y me echó la bendición. Ella había sido un ángel de la guarda, quien movida por un sentimiento maternal, se había arriesgado a tenderme la mano; sin importar dónde yo viviera me hubiera llevado hasta el fin del mundo sana y salva.

Las dos nos arriesgamos en cierta medida y seguimos nuestros instintos sin entenderlo. Quizás pudo ocurrirme algo malo si no abordaba su carro. Nunca lo sabré. Lo que sí sé con certeza es cómo nos volvemos padres de todos los niños cuando tenemos el nuestro. De alguna manera, ella estaba haciendo lo que le hubiera gustado que hicieran con su hija. Hoy, muchísimos años después todavía recuerdo lo que sentí al bajarme del carro. Con mi maleta a cuestas mientras caminaba a la puerta de mi edificio, me sentí como si tuviera 6 años y mi papá me estuviera llevando cargada a mi cama.

March 15, 2009

Antes de empezar el ciclo


Tengo una semana sin saber donde está mi anillo de matrimonio, demasiado tiempo. He recorrido una y mil veces la casa buscándolo y sin buscarlo y no doy con él. Dónde podría estar? Y a medida que el tiempo pasa empiezo a perder la esperanza de encontrarlo. Me da miedo que haya sido tirado a la basura, traspapelado. Mi esposo me tiene paciencia y opta por esperar a que aparezca. Si lo encuentro, tengo en serio que empezar a poner más cuidado en dónde lo dejo porque no puedo estar en esto toda mi vida.

La licencia también la perdí y no tengo idea de cómo. Lamentablemente lo descubrí (por supuesto) cuando la necesité. Me chocaron; llamé al 911 y cuando la estaba buscando para tener todo listo cuando llegara la policía ví que no podía encontrarla en ningún lugar de mi monedero, ni en mi cartera, ni en mi carro. La multa sólo por no cargarla conmigo fue de $100 y resulta que la policía concluyó que el choque había sido mi culpa porque yo estaba retrocediendo y me había atravesado en la vía. Pregunto: quién retrocediendo no se atraviesa en la vía? Quiero decir. Para salir de nuestro puesto de estacionamiento tenemos que atravesarnos en la vía para después tomarla. Absurdo! Y resulta que me chocaron a mí porque yo hasta frené cuando ví el otro carro que se acercaba, pero la conductora no me vio. Estaba distraída hablando por teléfono. Total: 2 multas. Insólito. La impotencia comenzó a cobrar su efecto cuando humedecía mi pulgar en la almohadilla para dejarlo estampado en los papeles de la policía así que me apuré para terminar todo rápido, meterme en mi carro y llorar a mis anchas. Me dí cuenta que ya no lloro casi, sólo con las películas, y es porque soy inmensamente feliz. Aparte de las películas, lloro una o dos veces al mes y eso es cuando me rondan los días anteriores a la menstruación, o en el primer día. A veces, mi forma de saber que “me vino” es cuando lloro por cosas increíblemente absurdas y pienso: “ya, me vino la regla.”

Hablando de regla, al día siguiente del mini-accidente, vuelvo a clases y me toca revisar el ensayo de un compañerito de clase. Qué cosa más triste y deprimente! Y yo, por estar en mis días, sentía que él pedía a gritos - entre líneas - una ayuda, tanto así que le pedí que habláramos al salir de clase porque pensé: porqué él se centra en escribir sobre lo que no tiene? Cómo podía ser tan tonto y envidiar la vida glamorosa de los demás? Porqué quería una cámara fotográfica sólo para irse de viaje y poder tener prueba de los lugares que quería visitar? Porqué quería tener amigos y/o contactos para que lo hagan escalar posiciones en la vida? Si de las cosas más bellas que tiene la amistad es el desinterés. El “quiero estar contigo porque contigo soy yo, tonto, cómico, profundo, lo que sea pero yo.” A medida que leía el ensayo más me daba cuenta de lo equivocado que estaba ese muchacho en la vida, y quise darle una luz. Quizás por alguna razón me tocó a mí leer su ensayo, quizás porque soy capaz de abordarlo y no dejarlo pasar. Quizás él necesitaba unas palabras como las mías, pero no mi llanto. Si, volví a llorar. En mi momento de mayor inspiración inglesa, cuando le hablaba de todo lo que tenemos que no puede ser comprado con dinero, de la cobija que tiene para arroparse, de ser hijo de su madre, de tener manos y pies… llegué a emocionarme de tal forma que no pude controlarlo. Quizás lo confundí aún más con mi llanto, no sé, pero me dijo que iba a tratar de enfocarlo ahora desde otro punto de vista. Vamos a ver qué pasa, porque realmente lo más importante no es el ensayo sino la actitud con que él asuma su vida de ahora en adelante.

Espero haberme expresado de la mejor manera. No fue fácil. Por supuesto me sentí mejor después, porque pude expresarme. Al menos el inglés está funcionando. Ha habido tantas ocasiones en las que me he quedado callada por no tener suficientes palabras en este idioma, pero ahí voy. De todos modos, sé que mis palabras no funcionarán por arte de magia. Él necesita encontrarse y saber quién es. Internalizarlo, y eso sólo lo encontramos cada quien a su ritmo en la vida. Lo mío fue tan sólo un empujoncito o una sacudida, no lo sé la verdad. Al menos no me quedé con la boca sellada, al menos hice lo que pensé debía hacer. Con eso me quedo.

Nota del autor:
Hace siglos vi una película en la que la muchacha protagonista le escribía a su mamá sus reflexiones acerca del ciclo femenino y fue tan hermoso… pero más nunca he visto esa película, ni sé cómo se llamaba. Trataba de unos muchachos que después de un accidente de avión (no, no es Los Sobrevivientes de Los Andes) naufragan en una isla. Son muy jóvenes los dos, entre 12 y 15 años. El tiene un ligero retraso mental que lo hace adorable porque es inocente… y viven allí un tiempo, no sé cuanto, y por supuesto nace el amor, y con él el deseo y todo eso que nos ata al sexo opuesto (digo, en mi caso). Cuento todo esto por si acaso alguien que lea este escrito la ha visto y se sabe su nombre, a ver si me pasa dato porque me encantaría verla otra vez. Quizás hasta podría copiar aquí la reflexión menstrual.

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January 10, 2009

En Persona



Estaba un tanto desanimada porque no había podido tomar más de 7 créditos este term y sentía que desperdiciaba mi tiempo y mis ganas de estudiar. Resulta que a esta edad estoy estudiando una carrera totalmente distinta a la que estudié hace 20 años y eso le ha dado una renovación total a mi mente y a mi espíritu. Héme aquí intentándolo de nuevo, demostrándome a mí y a todos que nunca es tarde.

El primer día de clases, después de cumplir con mi horario, me aventuré al Central Campus a ver si podía inscribir otra materia - ya que por internet había sido imposible - contactando a la profesora que una amiga me había recomendado. Llegué a esa sede y ví que los choferes se han vuelto expertos en cazar el menor hueco para estacionarse. Me dispuse a cazar uno para mí y una vez hecho, me dirigí caminando al edificio principal y lo encontré hermético en cuanto a espacio se refiere, bien distinto al que yo estaba acostumbrada, en el que uno se siente casi al aire libre. Salí de ese gran edificio por la parte de atrás y comencé a seguir por instinto a un muchacho que salía de la cafetería e iba comiéndose algo mientras caminaba. Atravesó un camino de tierra con la familiaridad de quien conoce el lugar y luego se metió hacia un edificio sin decirme adiós. Entonces me dejé llevar por la mano invisible, silenciosa y definitivamente baquiana que me guiaba; pasé la biblioteca y otros edificios hasta que me encuentro con la parte de atrás de un edificio lleno de gente con uniforme de enfermería, así que entré, pregunté por quien buscaba y mi interlocutora me respondió: “es ella,” señalando a la persona de al lado. Le expliqué mi caso y me dijo que me apersonara el jueves a las 4:00 p.m. a ver - si no aparecía alguien - si tenía chance de inscribirme para la clase. Ese primer sí y mi caminata expedita anunciándome que las condiciones estaban dadas, sirvieron para ilusionarme con la posibilidad de poder tomar la clase.

Hoy, interesada en una segunda aprobación, me fui una hora antes, no fuera a ser que tuviera algún percance en el camino y aunque llegué 15 minutos antes de la hora al aula, ya había una docena de personas. Cuando entró la profesora, el salón estaba atestado de gente; éramos unas 80 personas. A las dos horas, momento del brake, le recuerdo a la profesora mi situación a lo que me respondió con su cara de buena persona que no veía problema en que me inscribiera y procedió a llenar una tarjeta de inscripción para mí. Yo en el acto fui derechito a inscribirme, con mi sonrisa de oreja a oreja, pero fue cuando me lavé las manos como todo aquel que trabaja en pro de la salud, que se asomó una sonrisa distinta en mi boca, esa sonrisa que conozco aún antes de que se manifieste, porque sale de mi alma; se muestra cuando me siento bien con lo que hago, porque de alguna forma marca mi camino a seguir de hoy en adelante. Hoy fue la primera vez que me sentí enfermera, y para allá voy si Dios lo permite.