November 9, 2008

Primeras Sensaciones


Las primeras experiencias son tan especiales… Nos signan el camino a andar, y cuando no son tan positivas como para ser recordadas, siempre podemos encontrar la experiencia que queremos conservar como si hubiera sido la primera, porque es la digna de ser recordada como la que marcó el antes y el después.

Ayer Simón me contó por teléfono que comió carlotinas calentaditas al fuego, y aunque no me gustan las carlotinas imagino lo interesante que puede haber sido para él la experiencia de pinchar con un palito largo esa cosa esponjosa y colocarla cerca de la fogata, esperar un ratico para que apenas se prenda en fuego, soplarla y ver el resultado de haberla ahumado ligeramente y encontrar cuán divertido es comerlas. Un proceso interesante a la vista y a la boca; se mete a su boca esa bola que ahora por el calor esta aún más suave adentro, casi tibia, y descubre el contraste de lo amargo del humo con lo dulce de ella. Es definitivamente algo distinto. Él disfruta horrores comer, tiene a quien salir. Desde chiquito ha sido un tragón; desde el mismo momento en que le ofrecí mi pecho para alimentarlo, su alimentación fue tan fácil… Yo había leído durante el embarazo varios libros que me involucraban con su crecimiento y el momento de la llegada, paso a paso, haciéndome aquilatar cada semana y viviéndolas en toda su sabiduría, registrando cada detalle, así que para el momento de su nacimiento tenía en mi cabeza toda esa información queriendo ser aplicada con todo mi amor de madre. Gracias a Dios, parecía como si él – desde ese agradable mundo en que se incubó por 9 meses y a través de mi lectura - también había aprendido lo que ambos, por instinto, debíamos hacer.

Desde el momento en que supe que tenía a un ser dentro de mí, mi percepción de las cosas y del mundo entero cambió drásticamente. Mi entorno olía diferente, realmente todo era diferente. Por poner un ejemplo, el jugo de naranja sabía diferente: cuando entraba en mi boca ese líquido maravilloso se apoderaba de mis mucosas, abrazaba mis papilas e hidrataba mi garganta como ningún otro líquido en ese momento. Ahí descubrí que es tan importante el emisor como el receptor, o en este caso, el producto como su consumidor; que ambas partes de alguna forma han de estar de acuerdo para darse y recibir.

Entonces, todos estos cambios que yo experimentaba eran a su vez experimentados por ese pequeño ser que había dentro de mí, pero para él no eran cambios, para él eran sus primeras impresiones desde la barriga. Los sonidos que escuchaba, los cariños que recibía a través de ese puente protector llamado útero, que lo mantenía seguro, ileso, y que a la vez lo comunicaba con el mundo exterior.

Hoy pienso en esa primera sensación de Simón, en la carlotina dentro de su boca henchida de felicidad y él, mojándola toda con su saliva acuosa, como respuesta al momento de degustar cualquier plato, y más aún para un niño, un dulce.

Hace tieeeempo había una comiquita de un perrito (no recuerdo el nombre) que cuando le daban galletas – su comida preferida – se abrazaba él mismo de tanto deleite, flotaba y luego lentamente caía en el piso. A Simón siempre le llamó la atención esa escena y la escenificaba sin poder elevarse cuando comía algo que le fascinaba… y es que así disfruta él la comida. Es una cuestión de genética. Por cierto, me voy a comer, ya se me abrió el apetito.