September 27, 2009

Promesa no cumplida


Había un Tropi Burguer en la esquina de mi casa, por lo que era paso obligado para mí casi todos los días. Uno de esos días, me encontré a un niño de unos 8 años pidiendo dinero a sus puertas. Me negué a hacerlo proponiéndole otra oferta: comprarle una hamburguesa. El me dijo que no quería porque acababa de desayunar así que le prometí venir a la 1:00 p.m. cuando él tuviera hambre para comprársela de almuerzo. Él creyó en mí. Su corta y dura vida lo había entrenado a saber cuándo alguien decía la verdad.

Me fui a mi casa a hacer cuarenta mil cosas y a las 6:00 p.m., nada más y nada menos, me dió un vuelco el corazón cuando me acuerdo del niño que debió haberme esperado a la 1:00 p.m. Cómo ni siquiera me acordé de él cuando yo estaba comiendo? Aún cuando habían pasado 5 horas, salí corriendo a ver si lo encontraba. Por supuesto, no había rastro de él. Cómo es posible que se me olvidara? Qué pensó él mientras me esperaba? Alguna vez volvió a creer en alguien como yo? Consiguió otra persona que le brindara el almuerzo? Lo busqué afuera, lo busqué adentro. Lo busqué otros días a ver si frecuentaba el lugar. Nunca más lo vi. Su carita quedó por mucho tiempo en mi memoria y mi olvido pesándome en el alma. Hoy, unos 20 años después su carita se ha desdibujado en mí, y mi olvido aunque pesa menos, sigue allí, presente.

September 26, 2009

Primera y última


Hace unos meses asistí a una conferencia que daba Junot Díaz en el auditorium de la biblioteca de mi Universidad. Mi profesora de English Composition I, nos sugirió que fuéramos ya que nos había asignado leer un libro del mencionado escritor: “Drown.” Fui porque me encantan ese tipo de actividades y porque celebro que las personas triunfen no sólo en sus países sino también fuera, como es el caso.

Llego llena de expectativas al lugar, y logro encontrar una silla vacía en la última fila. Después de un tiempo prudencial, el autor termina su intervención para darle cabida a la firma de autógrafos. 

La profesora, contenta de que yo haya ido, me pregunta si traje mi libro para que el autor me lo autografíe. Le digo que no - cosa que es cierta - y ahora con ese propósito se me ocurre la nefasta idea (no porque sea malo, aún no lo he leído) de comprar su otro libro, el premiado, en las afueras del auditorio. Soy una de las últimas en la cola de autógrafos y como es la primera vez que pido uno, no sé exactamente qué es lo que voy a decir. Comienzo a preguntarme: le hablo en inglés? O en español? Le hablo sobre algo que me haya gustado en el libro? Sí, eso debo hacer. A medida que avanza la cola me doy cuenta que me siento ridícula pidiendo un autógrafo; mi arrepentimiento llegó demasiado tarde. Despide a la persona que me antecede y decido por comodidad hablarle en español:

- “Hola. Leí tu otro libro, Drown, pero como no lo traje compré este para ver qué tal es y aprovechar de pedirte el autógrafo” (sintiéndome la más imbécil de las imbéciles).
- “Ok. Para quien es el libro?” me pregunta.
- “Para mí.” Es cuando caigo que está preguntando mi nombre para escribirlo. Entonces acierto esta vez diciendo cómo me llamo.
Sin tener nada más interesante qué decirme, me comenta:
- “Me gusta tu collar,” y para mí ahí se acaba la magia del resto de la conversación.

En el mismo momento en que le pido el autógrafo mi mente y mi cuerpo están en una lucha contradictoria que al final para mi desgracia, gana mi cuerpo porque realmente dentro de mí no quiero hacerlo. No le hablo del libro ni de lo que me gustó. Fue una mala forma de aprender que no quiero volverlo a hacer. Ni con él ni con nadie. Más tarde, mientras manejo hacia mi casa reflexiono sobre porqué pedimos autógrafos. A quién se le ocurrió esa costumbre sin sentido? Qué puede escribir para mí en una dedicatoria alguien que ni siquiera me conoce? Quizás en principio deberíamos los lectores escribirle a los escritores, y sólo si provocamos en ellos alguna respuesta, entonces sí vale la pena que nos escriban ellos de vuelta. Primera y última.